Ritmos a ras de suelo

Resumen

El comercio tiene como escenario principal la llegada de los edificios a la calle, donde la frontera entre público, privado y colectivo cambia de grosor, modifica su grado de transparencia o de perforación, se convierte en discontinua o desaparece a tramos, o toma cuerpo y se separa del nivel de la acera. El comercio agujerea y esculpe la arquitectura, se superpone a ella con nuevas estructuras, o desborda sus límites y se extiende sobre el trozo de ciudad más próximo. Las actividades comerciales son tan parte de la calle como de los edificios en los que se alojan: son los lugares en los que las aceras se ensanchan.

La imagen de la ciudad se establece en equilibrio entre su forma física y las sensaciones que despierta en sus ciudadanos; el comercio despliega sobre el espacio público mecanismos de distintos grados –arrugas, verrugas- que impregnan las plantas bajas de las calles de imagibilidad: sobre una misma escena urbana, cada observador se fijará en diferentes aspectos que la caractericen - sus pavimentos, sus curvas, sus arrugas-; un universo del cual forman parte las estrategias de colonización a partir de elementos fijos y efímeros que el comercio impone en las plantas bajas de la ciudad.

Establecimientos que se encienden de día y se apagan con la noche; rótulos que se iluminan al caer el sol; escaparates que cambian de aspecto con el paso de las estaciones; arrugas sobre la fachada que desaparecen al replegar toldos, recoger terrazas o bajar persianas: forman un engranaje oscilante que hace evidente el ritmo en la ciudad. Es una suma de vibraciones cíclicas y lineales, de medidas desiguales que enriquecen del escenario urbano y que son en gran medida consecuencia de las actividades.

El comercio conlleva además implícitos la transformación y el movimiento constantes, con lo que pone de manifiesto la superposición de un paso del tiempo pesado, que actúa sobre el paisaje urbano como lo hace sobre el paisaje natural, envejeciéndolo, gastándolo, madurándolo, arrugándolo.