La ciudad de Mexicali está caracterizada fuertemente por sus espacios desocupados, son muchos de ellos paisajes intersticiales que se han conformado tanto por el crecimiento acelerado de la urbe, como por la inconsistencia de los objetivos que ha instituido la planeación urbana; tanto por la preponderancia del mercado de vivienda en la localidad, como por las consecuencias que arrojan el comportamiento del ámbito económico y social desde la escala global; tanto por los efectos de la cultura arquitectónica que impera en la ciudad, como por los accidentes que históricamente marca el crecimiento espontáneo de los asentamientos informales. El terrain vague se manifiesta en muchos contextos que padecen la resaca postindustrial; [1] sin embargo, trasciende que una ciudad -que apenas rebasa los 100 años de historia- se perciba como un territorio suspendido en un proceso embrionario, evidenciándose esa vocación fronteriza por los espacios inacabados. La generación e intervención de intersticios patentizan con cada vez mayor contundencia la fragilidad de lo propuesto por la planeación tradicional; al mismo tiempo, se advierte que esta ciudad privilegia el consumo de suelo antes que intentar reflexionar frente al derroche de infraestructura o la eclosión de espacios residuales. Es sintomático que lo intersticial no se ha representado atendiendo a las génesis e implicaciones que un descampado o una ruina contemporánea trae consigo.